Tiburón Rojo, una historia del tatuaje
marzo 11, 2022En este artículo vamos a contarte cómo Mariano Pistrini, tatuador, piercer y responsable de los 2 estudios Kaiser Tattoo & Piercing (Alicante), se adentró en el mundo del tatuaje, ya hace más de 30 años.
La verdad, no acostumbramos a publicar artículos explicando cómo cada artista del tatuaje se inicia en este tipo de arte, pero, sinceramente, este es un relato que merece la pena contar (escrito por el propio Mariano).
UN TIBURON ROJO
Entrando en el desconcierto de la pubertad, cuando empezaron a gustarme las chicas, también comenzó a molestarme, mucho más que antes, una mancha de nacimiento color carmín que tenía en el brazo derecho… Era fea y rugosa con multitud de pequeños vasos sanguíneos, la intensidad del tono variaba, en algunas zonas parecía un moretón y en otras como si fuera a sangrar solo con tocarla; todavía se distingue bajo varias capas de tinta. La vieja siempre decía que fue por un antojo de frutillas que tubo; daba gracias al cielo que no me salió en la cara, matándose de la risa.
Algunos preguntaban si me había quemado, la mayoría solo miraban de reojo una y otra vez mientras hablábamos, lo tenía bastante asumido, no llegaba a ser un complejo, pero sentía como esa pincelada errónea del destino me señalaba, sobre todo en verano y en las hermosas piscinas de agua salada que íbamos con la familia.
Era un lugar enorme y popular, muy concurrido, frente a unos barrios pobres en los suburbios de mi localidad; como es obvio todos andábamos con bañador y sin camiseta, cosa que dejaba en evidencia todo tipo de defectos físicos.
Una tarde paseando por el extenso parque arbolado, me di cuenta de algo… La gente me miraba igual de raro que a los tipos tatuados; muy distinto que una cicatriz, operación quirúrgica o algo por el estilo, esas cosas son comunes y nadie se sorprende salvo si es muy grotesca; la reacción de sus caras se asemejaba a la de ver una mutilación, lo sabía porque tampoco yo podía controlar mirar los muñones con los que cada tanto me topaba. Fue entonces cuando comencé a descubrir aquellos petroglifos vivientes.
Disfrutando aquellos lejanos y calurosos días estivales nos fuimos conociendo, sin hablar, solo por los apodos marcados a sangre y fuego; ellos para mi eran… ”Ancla”, “Corazón Roto”, “el dragón”… Yo seria “coagulo” o “borravino”… ¡Menuda mierda era la vida! Cuando coincidíamos en la cola del baño o los trampolines nuestras miradas se cruzaban compartiendo el estigma.
En esos tiempos nadie hablaba de tatuajes, los tatuadores profesionales no existían, ni había inquietud por tener un escracho, solo sabía que presidiarios y marineros se los hacían entre ellos.
Saliendo de parranda por el centro de la ciudad, cada tanto podía ver a alguien tatuado, por lo general en los antebrazos, cuando era algo grande y definido atrapaba mi atención, evidentemente eran tipos duros y con mucha suela gastada, no quería parecerme a ninguno de ellos, pero la idea de hacerme un tatuaje disimulando la mancha explotó en mi cabeza, esa noche no pude dormir pensando en lo marginal que era todo ese mundo y donde tendría que meterme para poder averiguar algo. Así de temprano, siendo un pendejo, comenzó este viaje sin retorno.
Nos fuimos en verano a la costa con un amigo para vender las artesanías de madera que tallábamos, tuvimos que hablar con un mafioso para poder armar un puesto en la calle principal (100 pesos por semana o te corrían a patadas); el tipo que nos tocó al lado vendía carteras de cuero hechas a mano, era gordo y de ojos azules, le decían “morsa”.
En un momento de la tarde se sacó la camisa y mis ojos se abrieron asombrados, tenía tatuado un corazón con dos letras y una flecha atravesándolo, las líneas eran gruesas y negras, bien definidas… ¿Te gusta?, preguntó al darse cuenta que lo miraba fijo…, me lo clavé hace unos años, sangra y duele… fue una promesa, págate una birra y te cuento el secreto! dijo burlón.
En ese instante supe que ahí estaba la fuente de información que andaba buscando hacía largo tiempo y no iba a desaprovechar la oportunidad.
Por las noches, después de trabajar hasta muy tarde, siempre arrancaba el mismo grupo para comer en una fonda que nos esperaba abierta. Me senté junto al “morsa” y le dije: hoy se curró bien, así que te pago un par de birras y me cuentas como te hiciste el escracho, ¿ok? Me miró con cara de pillo y asintió con la cabeza. Después de comer y ya entonados, comenzó la explicación.
“Primero tienes que hacer un manojo de 8 o 10 agujas de coser, las envuelves con hilo blanco de algodón, le das muchas vueltas cubriendo todo y dejando unos 3 milímetros libres desde la punta, luego empapas con tinta china todo el hilo (es lo que te hace de tanque como si fuera una pluma), limpias con alcohol la zona y arrancas a pinchar por la línea del dibujo que te guste, si no sangra no queda la tinta, vas mojando cuando se seca, por lo menos son 10 pasadas para que te quede una línea como la mía, te aconsejo que hagas 5 y dejes que se cure, luego le das otra vez y lo vas viendo, cuantas más pasadas, mejor el resultado, salud!”
Mariano Pistrini en la actualidad, amante del Boxeo y la Gastronomía (le podéis ver disfrutando de comida japonesa y una excelente paella hecha por él!!!), Clica las imágenes para verlas ampliadas.
Nunca en el colegio había estado tan atento como esa noche y se grabó todo en mi cerebro para jamás borrarse.
Esa temporada la terminamos mal, finalmente la policía no dejó currar a nadie sin la coima arreglada con los malandras de turno, que se habían borrado del mapa. Volvimos sin un peso y escapándonos de la pensión ruinosa donde dormíamos, apenas juntamos para los billetes, pero pasamos 2 meses en unas doradas y divertidas playas a pleno sol.
Terminado el verano y, con los primeros fríos, las pieles pintadas estaban ocultas. Igualmente conocí algunos personajes tatuados que me contaron historias similares, pero ninguno tenía un tatuaje con la calidad del “morsa”.
Llegué a casa una tarde y por fin me puse manos a la obra. Conseguir las cosas fue bastante fácil, luego estuve varios días dibujando con un rotulador sobre el brazo diseños que pudieran encajar con la mancha, ya frustrado, en un momento lo vi, de la nada salió un tiburón con sus dientes, ojo y aletas, hasta unas branquias le hice, ¡estaba como loco… eufórico! encerrado en el baño lo miraba en el espejo y no podía creer mi genialidad.
Tener ese agresivo bicho rojo en el brazo era único. Jamás había visto un tatuaje con color y me parecía que yo lo había inventado, todavía quedaba lo más jodido, pero solo podía pensar en hacerlo y terminarlo; tenía que estudiar cómo y cuándo llevar a cabo la tarea ya que era algo que no podía hacer en el patio, a la luz del día, los viejos meterían mis huesos en el claustro o algo peor, un reformatorio. Recostado en la cama, emocionado, dejé todo listo a la espera del gran momento que se avecinaba.
Una tarde me quedé solo y vi la oportunidad. Comencé con el ritual: lo dibujé rápido ya que había practicado a escondidas. No me pareció tan terrible como esperaba, los primeros pinchazos sangraban poco, estuve un largo rato sufriendo y machacando sobre los trazos hasta que di las 5 vueltas recomendadas, ahora si sangraba bastante y estaba inflamado, me lavé con agua y jabón, era lo mejor para los cortes y raspones según mi abuela, guardé todo y le puse una gasa pegada con cinta, luego la camiseta por encima y salí del baño siendo otro, ¡estaba echo!, algo había cambiado más allá de lo externo, yo era muy osado, no tenía miedo a las heridas y por eso tuve muchas; pero el dolor constante de ese día me reveló profundamente la fragilidad de la carne.
Pasaron unos 15 días, ya curado del todo, podían verse unos puntitos negros y dispersos, no llegaban a ser una línea; caí en la cuenta de que sería más duro de lo calculado y repetí la operación.
Al cabo de 2 meses y 4 sesiones idénticas logre la línea gruesa que tenía aquel corazón, incluso mejor… más sólida; estaba orgulloso de mi trabajo, ahora las miradas iban a ser por algo que yo había elegido. El proceso fue tan poderoso y vital que aun hoy sigue despertando en mí el deseo de tatuar y de tatuarme… Algo básico que con el tiempo aprendí a reivindicar más allá de la tecnología, que vino mucho después.
El cambio a mi alrededor fue inmediato, cuando de a poco lo fueron descubriendo, la familia se puso pesada y tuve que aguantar tremendos sermones, pero cada vez que lo lucia en la calle las reacciones eran otras, mezcla de miedo y respeto, el que nunca le habían tenido a la mancha. Casualmente descubrí por que la humanidad viene practicando este arte corporal desde hace siglos, y antes también; los neandertales ya se metían tinta de ceniza con astillas de hueso.
En el fondo no me daba cuenta de que era para siempre, pero las cosas que son para siempre no abundan entre los humanos y menos las que se eligen. Mucho tiempo anduve arrepentido buscando como taparlo, lo logre al fin cuando se comenzó a tatuar con máquinas y colores, previamente lo corté todo minuciosamente con un bisturí para quitarle intensidad, al fin y al cabo, fui un precursor de la escarificación por estos lares.
Hoy estoy seguro de que fue una acertada y gran decisión, a pesar del rechazo que provocó en muchas personas respetables, las que jamás rompieron un plato, y que por su cobardía no hacían ninguna transgresión, aunque se murieran de ganas.
Tengo el sueño de viajar a Borneo o Samoa para hacerme un gran polinesio, en una tribu, con dientes de tiburón, a mano y con unos guerreros tocando tambores, será en honor de mi doloroso primogénito, lo más auténtico que puedo pincharme hoy en una sociedad donde todo este mundo se puso de moda. Hasta mi admirado y milenario tatuaje japonés se vende estampado en camisetas, destinadas a estúpidos que se hacen por un rato los yakuzas.
Con dragones y fuego cubrí aquel torcido escualo, que ya con más edad me avergonzaba por lo taleguero, pasaron años, cortes y pigmentos varios sobre él, pero sigue allí, latente y rugoso como siempre, aflorando cada día más entre los viejos colores, recordándome todo el tiempo de dónde vengo, fue el comienzo de una vida dedicada a este oficioso arte ancestral e inexplicable, practicado en casi todas las culturas del mundo desde el inicio de los tiempos…no estuvo nada mal para mi primer gran locura de juventud.
Mariano Pistrini.
Mariano Pistrini, fuente de inspiración…
Actualmente, Mariano, con sus 51 años de edad, es el responsable de sus 2 estudios, Kaiser Tattoo & Piercing, ubicados en Alicante. Gracias a ellos, tiene un amplio equipo de profesionales, tatuadores y piercers, a su cargo.
Si alguien le hubiese dicho, hace más de 30 años, que acabaría teniendo estos 2 tattoo studios, ¿crees que se lo hubiese creído?
Esperamos que esto sirva de inspiración para aquellos/as que están iniciándose en el mundo del tatuaje, que creen que nadie ayuda, que es imposible abrirse en este mundillo, etc…
Comentarios
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Mariano es una de esas personas que vale la pena cruzarse en la vida.
gracias David por publicarlo ,un abrazo.